Don Plácido, ¡Bravo, Maestrissimo!
Por Francisco Ayala Silva
Con la cara pintada como el negro Otelo, uniformado como dragón español en Carmen, como guerrero teutón en “El anillo de los nibelungos”, los pulmones de Plácido Domingo son de acero y seda, capaces de derrumbar un muro de ladrillo y de humedecer los ojos en los amantes de la ópera de todo el planeta.

En las artes clásicas, Plácido Domingo es uno de los hombres con mayor poder de Estados Unidos, ya que es el director general de las compañías de ópera de Washington y Los Angeles –separadas por un continente— estrella de la Ópera Metropolitana de Nueva York y figura indispensable en los más cardinales festivales de canto. Pero él sorprende cuando extiende la mano para decir, con exquisita amabilidad, “Plácido Domingo, para servirle”.
  Y sí ha servido. Cantó para recaudar dinero para los sobrevivientes de los terremotos de la ciudad de México en 1985 y de El Salvador del 2001. Cantó para las familias que perdieron sus hogares en los terremotos de Armenia (Asia Central) y en los derrumbes de Acapulco, México.

Mexico está siempre en su corazón. “Me considero un hispano americano, soy un español crecido en México, dos de mis hijos son mexicanos y otro es de Estados Unidos”, dice, y al mencionar a España, México, y Estados Unidos ha nombrado a los tres vértices de su vida.

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